Vete

Deberás irte de Inverness, madre.

Las palabras hallaron eco en la habitación y un silencio inundó el cuarto, en sus esquinas rebotando las palabras dichas por la muchacha peliazul, que sacaba del armario una maleta y se disponía a sacudirla, con gesto en blanco, monótono, con expresión madura. Su madre, parada al medio de la habitación con los ojos abiertos como platos la miró sin creer lo que había dicho.

Adrenilda estaba tiesa y erecta parada ahí, sin hacer nada, dentro de sí misma sin poder reaccionar a aquellas palabras que aún rondaban el cuarto. Deberás irte de Inverness. No comprendió porqué, pero tras ellas presintió un gran motivo fuera de su comprensión, algo desconocido pero certero. Conocía a su hija, aquella estoica chica de fuertes ademanes como para saber que cuando decía algo, lo decía por una razón seria y no por simple capricho como otras muchachas de su edad, como ella misma cuando había tenido 16. Dieciséis años. Dieciséis años...

La ciudad ya no es segura para ti.

...Se equivocaba, Wanda no tenía 16. Wanda tenía 15 años recién, aún no era Mayo para su cumpleaños y para hacerle sus super 16, una fiesta que le había planeado en secreto. No, seguía ahí, en sus 15, aún cuando su semblante hablaba por ella y le decía a todos en engaño que poseía más edad. ¿Qué era lo que había pasado con ella para que hubiese dejado atrás sus alegrías, sus fantasías y su niñez? La observó atenta, dándose cuenta de una verdad atroz.

Pronto vendrán tiempos difíciles y no quiero que nada te pase.

Ya no era su hija, no del todo. Era una mujer en cuerpo de infanta, de adolescente. En un momento se había escapado de sus manos y se había dado de frente con la vida. Observó como Wanda ahora comenzaba a sacar su ropa del armario, doblándola y dejándola caer dentro de la maleta abierta, tan sistemáticamente, que se preguntó cuántas veces habría de repasar aquella acción, preparándose mentalmente. No podía imaginarse que su hija, no, esa mujer, lo tenía planeado ya desde hace unos días, repasando esa y varias otras más ideas, seleccionando la mejor.

El abuelo vendrá por ti dentro de poco, ya lo llamé.

La miró aún, abriendo puertas y seleccionando ropa. Wanda se agachaba para acomodar bien la ropa dentro de la maleta y así seguir metiendo prendas de su madre sin detenerse o titubear. Adrenilda no creía lo que veía. Fue en ese momento que cayó de apoco dándose cuenta de la verdad, aquella mujer joven le pedía abandonar la ciudad a la que había llegado de joven, donde se había formado y se había hecho mujer, donde había echado las raíces, donde quiso criar sus hijos, donde pensó en conocer sus nietos, donde creyó iba a morir. Donde había perdido al amor de su vida. Quiso abrir la boca para decirle algo, pero la chica le ganó y murmuró, mirándola directo a los ojos, con esos orbes amarillentos sin ningún tipo de piedad:

Yo me quedaré con mi padrino. Mi abuelo me mandará dinero todos los meses.

¿Y ella, qué pasaba con ella? ¿Se iría sin más? ¿Y la cafetería? No había trabajado tanto para modificar su negocio para adaptarse a las necesidades del vecindario, solo para irse meses después. Su boca volvió a abrirse, pero nuevamente fue interrumpida.

Te llevarás a Claws contigo, él te va a cuidar. Te escribiré siempre y te llamaré una vez a la semana.

Y antes de que se diese cuenta, su hija se acercaba a la puerta del cuarto. No, esa mujer. Wanda. La vio detenerse frente a la puerta antes de salir.

Sólo ve, ¿sí?

Fue la única vez en ese momento en que la oyó ablandar su voz, la única vez en que sintió algo de debilidad en la voz de aquella muchacha.

Segundos después ella ya se había marchado y Adrenilda, sin poder haber dicho nada, cayó sobre su catre, sentada, derrotada.